El panorama económico actual trasciende a su campo, y en un entorno poco predecible acaba generando consecuencias en todos los ámbitos de la sociedad. Estos cambios han afectado al entorno empresarial que para sobrevivir demanda líderes y directivos con una nueva visión más flexible y colaborativa.
Los avances en tecnología y comunicación no solo han transformado el nivel competencial de los candidatos, sino que han dado lugar a una nueva forma de relación entre las personas, lo que se ha visto reflejado también en el mundo de la empresa. Ahora, predominan estructuras cada vez más planas donde ese jefe anónimo que solo se relacionaba con los altos niveles de la jerarquía es más cercano y “amigable” con sus colaboradores.
Los directivos de hoy saben que la competitividad también es mucho mayor ahora, que el mercado es más cambiante y que marcar la diferencia es cada vez más difícil. Las empresas no solo buscan talento, sino que quieren retener ese talento. Pero el talento no solo se paga con dinero. Los nuevos candidatos y colaboradores son más exigentes y quieren que se tengan en cuenta también sus motivaciones.
Ya, en su estudio Increasing the ‘meaning quotient’ of work, la consultora McKinsey identificó tres condiciones que estimulaban la productividad en el ambiente laboral: El coeficiente intelectual, el emocional y el de significado que puede proporcionar el lugar de trabajo. Algo acorde al concepto de motivación intrínseca definido por el autor Daniel Pink (1) con componentes de:
- Autonomía (tener control).
- Maestría (la búsqueda perpetua de la excelencia personal).
- Sentido de Propósito (formar parte de algo más grande).
Lo anterior nos lleva a destacar la necesidad, por parte del directivo de hoy, de encontrar un equilibrio entre sus necesidades como directivo y las de sus colaboradores si quiere retenerlos y mejorar su productividad.
Un conjunto de ajustes en el entorno, las organizaciones y las personas que han determinado la evolución hacia estilos de liderazgo más participativos y menos autoritarios asumiendo un nuevo enfoque donde el empleado es la fuente de valor más preciada que tiene la organización y entendiendo que si éstos son reconocidos y compensados adecuadamente facilitando su sentimiento de pertenencia en la organización, la productividad también alcanzará entonces mayores niveles.
Por ello, en el nuevo entorno empresarial el jefe orienta en lugar de exigir y delega en sus trabajadores. Pero para delegar hay que poder confiar, y tener certeza de que el trabajo que dejas en manos de otra persona va a ser resuelto de la manera más eficaz posible. Es por ello, que el nuevo jefe invierte en formación y desarrollo de sus equipos para asegurar que sus colaboradores tienen las competencias necesarias para afrontar los nuevos retos a los que tienen que enfrentarse.
Si los jefes y directivos son capaces de entender que la formación ayuda a las empresas a incrementar su competitividad y productividad, desarrollando las competencias y cualificaciones de sus colaboradores, significará que entienden el valor que aporta cada uno de los miembros a la organización, y no tendrán ningún inconveniente en delegar en ellos cualquier asunto de importancia para el bien de su negocio.
Al final se trata de que los líderes busquen un nuevo equilibrio entre la estrategia de la organización y la de las personas para alcanzar objetivos a largo plazo y mejorar el “engagement” necesario.
(1) Pink H. D. (2010). La sorprendente verdad sobre qué nos motiva. Editorial: Gestión 2000.
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