Esta pregunta podría considerarse una reinvención del típico vaso medio lleno o medio vacío. La actitud, en la vida como en el trabajo, define diferentes tipos de personas y de carreras profesionales. Las hay que se enfocan más a la mera supervivencia, huyen de problemas y de preocupaciones excesivas, se limitan a esquivar los fracasos. Su único objetivo es no caer en desgracia o, de hacerlo, caer cuanto antes en el olvido (bastante es fracasar para tener que soportar la humillación del fiasco en público). Estas actitudes que hemos comentado pasan por el tejido empresarial de un país sin pena ni gloria, como meros generadores de salarios. No arriesgan, pero tampoco ganan.
Las otras por el contrario, no tienen miedo. Se tiran a la piscina y muchas se pegan el planchazo del siglo, pero en vez de verlo como algo negativo, reinventan sus fracasos dándoles el apelativo de “experiencias”. Si has sido suficientemente valiente para dar el salto y estrellarte, no lo ocultes. Thomas Alva Edison, inventor de la bombilla eléctrica, trabajó incombustiblemente y fracasó mil veces antes de dar con el filamento necesario para el éxito de su proyecto. Al preguntarle un periodista por sus fracasos, él contestó: “No fracasé, sólo descubrí 999 maneras de como no hacer una bombilla”.
El éxito, al contrario de lo que quieren pensar algunos, no cae del cielo. Aquellos que ya lo han conseguido tienden a menospreciar el esfuerzo que han hecho para alcanzarlo, pero hay mucho trabajo detrás. Las cosas no salen a la primera y, muchas veces, la forma más clara de avanzar es la de “ensayo-error”. Se suele decir que de los errores se aprende y no deja de ser humano equivocarse. Caer está permitido, siempre y cuando luego vuelvas a levantarte.
El miedo al fracaso no es más que el miedo al posible cambio. “Si las cosas van bien así, ¿para qué cambiarlas?”, diría un evasor de fracaso. Un buscador de éxito, sin embargo, tendría la respuesta perfecta e indiscutible: “Porque siempre pueden ir mejor”.
Equipo de OPEM